Personas que han venido

jueves, 24 de diciembre de 2015

La inocencia muere y el monstruo nace

La joven huérfana se vio forzada a valerse por sí misma desde los doce años. Su hogar había sido víctima de un asalto. Ella y su madre escaparon de aquel acto violento gracias a su padre, un humilde minero. El valiente hombre, se quedó para enfrentar a los tres delincuentes, en cuestión de minutos lo sometieron con un disparo en el pecho. No le importó morir, con su sacrificio su hija y su esposa tuvieron más tiempo para huir. Lamentablemente, el tiempo no fue suficiente. Los malhechores, al saber que solo quedaban ellas, las persiguieron con la idea de satisfacer sus más bajos instintos. Las dos se ocultaron en un abandonado y viejo almacén en el muelle. Ella sollozaba y lloraba, su madre la acompañaba con lágrimas en los ojos pero le hacía señas de que guardara silencio. La jovencita tapó su boca en cuanto escuchó las pisadas y el crujir del cristal roto de las ventanas. Después de pocos minutos, paso lo inevitable, los delincuentes encontraron su escondite. Su madre ya le había indicado que se escondiera en un rincón de la habitación. Escuchó cómo forcejeaba al tratar de defenderse, después de varios gritos lo único que quedó fue silencio. "La niña debe estar ahí, es el único lugar en el que pudo haberse escondido", "Cierra la puerta, yo empezare". La jovencita estaba aterrada pero el odio y la ira estaban devorando su miedo. Lo único que quedó era un deseo de venganza que la hacía estremecer. Tomó un pedazo de cristal roto del suelo, el mismo con el que se había cortado accidentalmente su pie descalzo al esconderse ahí. Apretaba con todas sus fuerzas el arma improvisada, como si quisiera fundir su mano con el cristal por medio de su propia sangre. Esperó a que el malhechor la encontrara y lo atacó clavándole el arma en la garganta, no satisfecha con eso siguió acuchillando al sorprendido atacante que no pudo pedir ayuda debido al inmenso rio rojo que emanaba de su herida. Se estaba ahogando con su propia sangre. Ella gritaba con cada punzada que arremetía en el pecho de su agresor. Se detuvo hasta que dejó de moverse. Su cara, sus manos, sus brazos y su ropa estaban teñidos en rojo. Respiraba rápidamente, agitada por el reciente esfuerzo. Su mirada ya no era la de una inocente jovencita, el deseo de matar se había apoderado de ella. Se levantó de un salto, avanzo hasta el cadáver de su madre, le cerró los ojos. Le besó la frente. Las marcas rojas que quedaron en sus parpados y rostro por donde pasaron los dedos ensangrentados de la jovencita, nutrieron el monstruo que había nacido en ella. Ya no existía inocencia, dulzura, cariño ni compasión solo odio y un enorme vacío que tal vez podría comenzar a llenarse con la sangre de dos criminales más. A la mañana siguiente encontraron cuatro cadáveres en el viejo almacén: una mujer con el cuello roto y tres hombres acuchillados brutalmente. Una huella roja de un pie descalzo se alejaba de la escena perdiéndose en la orilla del muelle.