La caravana
que exhibía a los tres condenados ya había desfilado por las principales
calles. Ahora se acercaba a su destino. La mayor parte de la gente los
observaba con tristeza y lástima. Nadie gritaba en contra de ellos, no eran
como cualquier criminal. Los espectadores lo sabían, los conocían muy bien.
Incluso los soldados los trataban con dignidad y respeto. Pero órdenes son
órdenes. Los que no obedecieran recibirían el mismo castigo.
A pesar de
ir en la jaula de la carreta, estaban encadenados a las paredes para que
permanecieran de pie. Sus muñecas y tobillos estaban enrojecidos por la
fricción de los grilletes. El vaivén de la carreta por las calles empedradas
provocaba el tortuoso movimiento involuntario que les estaba causando las
lesiones rojizas. Los tres pares de ojos azules se miraban entre sí, miradas
que, acompañadas del silencio, lo decían todo. "No, Harry, ni siquiera lo
pienses", dijo la rubia. "Siempre hemos estado juntos y así será
siempre", completó la joven de cabello negro. Las palabras transformaron
el triste semblante del muchacho en una sonrisa.
Después de
varios minutos, arribaron a la Gran Plaza. Nadie arrojaba comida ni vociferaba
en contra de ellos. El verdugo los esperaba encapuchado, el escribano, el
alcalde y los sacerdotes lo acompañaban. "He aquí a el castigo para los
que atentan contra nuestro señor...", el pregonero comenzó su discurso
mientras el verdugo colocaba a los condenados junto a la horca. Por otro lado,
el soldado que dirigió la caravana finalizaba su misión presentándose frente al
alcalde. "Pero, mi señor, tenía entendido que se usaría la espada",
alegó el soldado que dirigió la caravana. "Capitán, la espada es para los
nobles, ellos son simples plebeyos", respondió el alcalde. "Ellos son
caballeros...", replicó. "¿Caballeros? ¿Mujeres y un plebeyo huérfano?
Por Dios, capitán. Mi perro es más noble que ellos tres juntos. Son órdenes del
Duque y si no las acata, hare que los acompañe en su ejecución. Piense en su
familia". "Disculpe, mi señor", el capitán de la guardia se
alejó cabizbajo. Mientras tanto, en la plataforma, la mente de Harold se perdía
en los recuerdos. Navegaba en su memoria intentando encontrar el momento exacto
en que sus decisiones los trajeron a este final.
Por varios
días esperaron a que sus padres regresaran, habían salido a conseguir víveres
pero nunca volvieron. Mendigaron de puerta en puerta, hicieron de todo para sobrevivir. El
abandono de sus padres los forzó a crecer y madurar, con ello también se
fortaleció su amor fraternal. Afortunadamente no tuvieron que preocuparse
porque alguno de ellos se quedara atrás o fuera débil. Harry y Angelina eran
gemelos y Diana era la más joven, sólo había dos años de diferencia de edades,
ya tenían la capacidad de ver por ellos mismos y se ayudaban entre sí. Tuvieron
que aprender a defenderse, sobretodo Harry, siendo el varón se sentía
responsable por sus hermanas y quería ser capaz de protegerlas. Siempre fueron
amables y considerados, ayudaban a los demás en el pueblo, sobre todo a los huérfanos.
De esta forma fueron conocidos por mucha gente y los llamaban pequeños héroes.
Su reputación llego a oídos de un retirado y viejo caballero, los buscó y se ofreció
a entrenar a Harry en el uso de la espada y a inculcarle las virtudes de un
caballero. "Lo siento, mi señor, jamás abandonar a mis hermanas, siempre
hemos estado juntos y así será siempre", dijo el jovencito. "Si nos
acepta a los tres, con gusto iremos con usted", añadió con firmeza.
"También queremos aprender", intervino la su gemela. "Mi hermano
no podrá protegernos siempre", dijo la jovencita de cabello negro. "Así
es, habrá alguna ocasión en que necesite nuestra ayuda", agregó la rubia
asintiendo con la cabeza. "... y si no podemos defenderlo ni protegerlo
seriamos una carga y no queremos ser una carga", los expectantes ojos
azules de la más pequeña se clavaron en la mirada del caballero. Sus dos
hermanos mayores la imitaron. El anciano sonrió, "tal parece que no tengo opción.
Si así serán en todo, tendrán mucho éxito". "Gracias, mi señor, le
presento a mis hermanas, Diana...", la pequeña de cabello negro extendió
la mano para saludarlo, "... y Angelina", la rubia hizo una
reverencia y el anciano respondió asintiendo. El viejo caballero no tenía
familia, el afecto a su señor lo mantuvo alejado de una vida propia, vivía solo
para sus labores y responsabilidades como caballero. Su soledad lo convenció de
adoptar a los tres jovencitos…
“Podemos llegar a un arreglo para evitar tu ejecución”, “prefiero morir”,
gritó Diana y le escupió al alcalde. “Maldita”, dijo y le soltó una fuerte
bofetada rompiéndole el labio inferior. “¡Déjala! ¡¿Qué más quieres de nosotros?!”,
alegó Harold. El alcalde se le acercó y
sonrió maliciosamente. Le susurró la respuesta al oído y dio la señal para que
se consumara la ejecución.