Personas que han venido

lunes, 11 de enero de 2016

Capítulo 4 Entra en la oscuridad (fragmento)

El joven no sabía qué hacer, qué decir, cómo reaccionar. Su tan añorada despedida no fue lo que esperaba. Quizás sí lo fue, pero esperaba poder cambiar algo: irse con ella o que ella volviera con él. Ninguna de las dos opciones eran posibles por eso su repentina decepción. Sin más qué hacer, Dante inclinó la mirada y se arrodilló. Cerró los ojos y golpeó el suelo quedándose en esa posición por varios segundos. La oscuridad consumió el pequeño oasis de luz. El joven no se había percatado de lo sucedido, seguía con los ojos cerrados. El frío y oscuro manto lo cubrió. Los vellos de su piel se erizaron por un escalofrío. Abrió sus ojos pero no hubo diferencia alguna, seguía sin poder ver nada. Se incorporó y sin ponerse de pie vio en todas direcciones. Nada. Ni una sola luz, ni ningún brillo, una completa oscuridad hasta donde su vista alcanzaba a distinguir. Su mente comenzaba a ser molestada por una inexplicable ansiedad. Alzó sus manos frente a él en su intento por distinguir algo en esa inquietante ausencia de luz. Nada, ni siquiera podía ver sus propias manos. Arrodillado, volteo su mirada hacia donde debería estar el cielo, buscando su último refugio, aquellos blancos y en ocasiones parpadeantes destellos de luz, las estrellas. El insaciable manto de oscuridad había aniquilado toda luz esperanzadora capaz de brindarle consuelo en esta triste y desalentadora despedida. Cerró los ojos de nuevo y puso su mente en blanco. Privándose de todo pensamiento y posible sensación capaces de recordarle que aún estaba vivo. El frío y la ansiedad habían abandonado su cuerpo. El único huésped en su mente era el recuerdo de su amada “princesa”. Deseaba que la última imagen que pudiera contemplar fuera la de su lindo rostro. Aquella dulce sonrisa delineada por sus rosados labios, la tierna mirada protagonizada por sus adorables ojos cafés, la suave y tersa piel de sus mejillas, segundo mejor lugar donde sus besos
triunfantes podían morir y su danzante cabello al compás del viento jugueteando con sus delicadas orejas y su frente. No hubo necesidad de ninguna iluminación, la pequeña fiesta de recuerdos lo ayudó a tranquilizarse, incluso lo empapó con un poco de alegría.
“La vista es hermosa”, escuchó, la voz era inconfundible. De inmediato abrió los ojos. El escenario había cambiado por completo. La oscuridad cedió un poco ante la luz de la luna, a lo lejos, frente a él, una pareja.
“Si, que lo es”, a pesar de estar a varios metros de ellos podía escuchar la conversación. Tardó unos segundos en reconocer el lugar: el lago, lo extraño era que…
“Basta, haces que me sonroje”, dijo la muchacha. Se acercó lentamente para poder distinguir a la joven pareja. Las voces le parecían muy familiares al igual que los diálogos. Se detuvo de golpe al darse cuenta que estaba caminando sobre el lago. “¿Qué está pasando?”, se preguntó. Todo aquello le parecía imposible. ¿Cómo podía verse a sí mismo, caminar sobre el agua, estar en ese lugar, en ese momento? Estas dudas comenzaron a apuñalar la frágil tranquilidad que había logrado conseguir. “Debo estar soñando” pensó en su intento por darle una explicación a todo.
“Si te molesta que lo haga, ya no lo haré”, escuchó la voz del joven. “Claro que no me molesta, me encanta”, dijo la muchacha. Ya no era necesario divagar, eran él y Sabrina aquella noche frente al lago. “¿Cómo es posible? ¿Qué clase juego mental es esto?”, sus recientes preguntas se unieron a las anteriores y por fin lograron asesinar su momentánea paz. Sin nada que pudiera calmarlo, sucumbió ante la desesperación y se desmoronó en llanto. Al mismo tiempo comenzó a hundirse en el lago hasta que las olas golpeaban con furia su rostro. El agua helada le impedía moverse o tal vez era su ausencia de determinación la que había paralizado su cuerpo.

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